Tuesday, May 4, 2010

En el Anonimato

¿Sabes cómo se llamaba la madre de Moisés?

Cuando escuché esta pregunta por primera vez hace tan sólo unos días, tuve que pensarlo. A ver, a ver... Miriam era la hermana de Moisés y Aarón, el sacerdote, su hermano mayor...

Me di por vencida. A pesar de haber leído tantas veces la tierna historia de cómo esta mujer luchó por salvar la vida de su bebé y de cómo su hermana – con la astucia característica de las hermanas que se creen “las mamás” de sus hermanitos – logró que Moisés regresara a vivir con ellos durante los primeros meses de su vida, la verdad, no pude recordar el nombre de su famosa madre.

¿Quién no conoce la historia de Moisés, el bebé cuya madre desafió el terrible mandato faraónico que ordenaba que los bebés hebreos debían tirarse en las aguas del río?

Dice la Biblia que por fe su madre “lo escondió durante tres meses, porque lo vio un niño hermoso” (Hebreos 11:23, NVI). También cuenta la Palabra que “cuando ya no pudo seguir ocultándolo, preparó una cesta de papiro, la embadurnó con brea y asfalto y, poniendo en ella al niño, fue a dejar la cesta entre los juncos que había a la orilla del Nilo.” (Éxodo 2:3, NVI)

La valentía de esta mujer es increíble. Al desobedecer a Faraón, ella puso en peligro – no sólo su vida sino también la de toda su familia. Mi corazón de madre late con locura al imaginar el momento desesperante en que ella envolvió a su bebé con su cobija favorita, delicadamente lo colocó dentro de la cesta, y luego de besarlo por última vez dio un ligero pero firme empujón a la diminuta balsa.

A Dios gracias, no todas tenemos que enfrentar momentos tan desgarradores como éste. Pero con las fuerzas y valentía que la mayoría reconocemos proceden de lo alto, las madres vemos algo en nuestros hijos que nos impulsan a dar pasos de fe y amor que nunca antes imaginamos haber podido dar.

Las madres están dispuestas a sacrificar su figura, salud, los mejores años de sus vidas, su energía, sueño ininterrumpido, tranquilidad, anhelos, promociones, oportunidades, comidas calientes, ciertas amistades, vida social (a menos que así llamen a las piñatas y encuentros en McDonald’s con otras madres), orden, nitidez y muebles bonitos, su sentido de la moda y a veces del humor, su identidad, su nombre, remuneración, aprecio y reconocimiento.

Pocas son las madres famosas. Y más pocas aún las madres de famosos cuyos nombres salen a relucir.

Durante la presentación televisada aquí en Estados Unidos de las olimpiadas de invierno, figuraron una ola de conmovedores anuncios en que se honraba a las madres de los atletas en general. En ellos se reconocía la labor y sacrificios de estas madres como parte clave de los logros de estos deportistas.

¡Qué acertado mensaje! Nuestra labor como madres generalmente acontece en el anonimato y nuestro triunfo como tales, es el éxito de nuestros hijos. Nuestra satisfacción consiste en sus logros. Cuando sus nombres brillan, nuestro corazón – y no necesariamente nuestro nombre – resplandece.

Esta semana deseo RECONOCER a todas las madres que han sucumbido felizmente al anonimato. Gracias, madre, por tu sacrificio, tu ternura, tu osadía, tu fe, tu determinación, tu cariño y tu amor. Gracias por no darte por vencida y por no abandonar al fruto de tu vientre, porque le viste hermoso y creíste en la promesa de Dios para esa vida.

¡Ay, y por poco y se me olvida! ¿Sabes cómo se llamaba la mamá de Moisés? Jocabed. ¿Lo sabías? Yo no, pero creo que a ella no le importaría.

Siempre y cuando recordáramos que su hijo llegó a ser el líder más famoso de Israel.

¡Feliz Día de las Madres!

Especialmente dedicado a mis queridas y guapas anónimas: Mi mami, Rosita de Ortega y a mi abuelita, Doña Kathy de Ortega. Y la siempre guapa, pero famosa por haber dado luz a tres angelitos (¡pero en un solo parto!) mi querida prima Mariane de Román.