¿De qué te lamentas más?
Yo de mucho. Tiempo perdido, dinero malgastado, malas decisiones, oportunidades que no he aprovechado – errores que por ingenua, arrebatada o ignorante he cometido y parezco no poder dejar de cometer.
Hace un par de meses, mi querida mamá vino a visitarnos unos días para la graduación de mi hija mayor. (Yo vivo en Arizona con mi esposo y mis hijos, y el resto de mi familia vive en Guatemala.)
¡Qué rico es tener a la Rosita con nosotros! Cuando viene a visitarnos, ella lava, plancha, hace oficio, “choferea” a mis hijos y cocina... Y ¡vaya si cocina! Y a cambio de los servicios prestados – pues habrá amor de madre pero nada es gratis en la vida – Doña Rosa solicita las obligatorias saliditas de compras, a Ross, JC Penney’s, y – su pasatiempo favorito – a los garage sales.
Las visitas de mi mami son siempre una alegría y un respiro para mí. De veras que sí. Pero lo más sabroso, quizás, son nuestras pláticas matutinas con café y champurradas (unas deliciosas galletas guatemaltecas). Qué bien me cae conversar largo y tendido – y hasta en español – con alguien en quien puedo confiar y en quien puedo desahogarme, “sin pelos en la lengua”, como dicen en mi tierra.
Pero una cosa es desahogarse y otra es lamentarse.
Es algo que descubrí – con un cachito de vergüenza – en su última visita. Mis “desahogos” se tornaban más y más en puras quejas y lamentos: Ay, que si me hicieran más caso mis hijos. Ay, que si mi esposo fuera más romántico. Ay, que si tuviera más tiempo para sacar mis traducciones. Ay, esto. Ay, lo otro.
Pobre yo.
Al fin, una de esas mañanas, entre traguitos de café, quejidos y suspiros, noté una chispita en los ojos de mi madre. La famosa chispita que no dice nada y que dice mucho a la vez. Ya que ella me conoce, sabe que llevarle la contraria a gente como yo generalmente no da muy buenos resultados.
Pero algo vi en sus ojos, pues – como el sordo que escucha por primera vez – logré prestar atención a las palabras que salían de mi boca. ¡Puras quejas!
Y de pronto me di cuenta de que entre los peores errores que he cometido en la vida está haber perdido tanto tiempo y energía quejándome, en lugar de enfocarme en todo lo bueno y lo bello a mi alrededor, en las muchas bendiciones de Dios: Hijos buenos y sanos. Un esposo trabajador que me ama y me aprecia. El amor incondicional de Dios. Familia y amigos. El hecho que tengo trabajo, cuando tantos están desempleados... La lista no termina.
Bien dijo el Sabio que “en la lengua hay poder de vida y muerte”. (Proverbios 18:21)
¡Gracias, Dios, por permitirme escucharme a mí misma! Por revelar mis errores y por darme la oportunidad de enmendarlos. Gracias dejarme escoger entre quejas y agradecimiento, descontento y satisfacción, lamento y alegría, vida y muerte.
Y por una madre amorosa, con chispitas en los ojos que revelan tanto...
Tuesday, August 10, 2010
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