Santiago 1:17, Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación. (LBLA)
¿Cuál es tu tradición navideña favorita?
Las tradiciones varían de país en país y de cultura en cultura. En mi linda Guatemala, los nacimientos son un bello folclore navideño. En México se festeja con alegres posadas. Y aquí en Estados Unidos, donde yo vivo, hacemos deliciosas galletas y alumbramos nuestras casas con cientos de luces de múltiples colores.
La manera en que celebramos varía, pero no la razón: Dios envió a Su Hijo para darnos vida y vida en abundancia. ¡Motivo suficiente para que la Tierra entera festeje con gozo!
Pero aunque hay una gran variedad de costumbres, existe un elemento que forma parte de toda tradición navideña – no importa que pueblo la celebre – y es la música. Coros cantan dulces villancicos. Alegres melodías amenizan las reuniones. Canciones del recuerdo inundan con ternura y melancolía las ondas radiales.
Para mí, escuchar música navideña es una tradición favorita (además de las galletas). Me encanta cocinar y decorar la casa mientras escucho mis canciones preferidas. Y mientras manejo hacia el trabajo, mis hombros y cabeza se mueven al ritmo de una alegre balada, mi voz canta a todo volumen y sin vergüenza alguna, ¡Oh, Blanca Navidad!
Esta mañana, mientras me dirigía a mi trabajo, dejé de cantar por unos segundos para dar gracias por la época navideña. Éste es realmente un tiempo muy especial para mí y mi familia.
Es mi regalo para ti, escuché una dulce voz decir.
“Si lo sé, Señor. El nacimiento de tu Hijo es un regalo precioso”.
No, Ana. La música.
Al principio, Sus palabras me parecieron un poquito contradictorias. “Los músicos utilizan sus dones para componer sus canciones” pensé. “Y ellos las presentan a Dios y al mundo como una dádiva de alegría y agradecimiento. El canto es un regalo que nosotros ofrecemos a Dios, no al revés”.
¿Pero quién les dio esos dones?
Mi corazón rebozó de alegría al pensar en la respuesta. Cuando mis hijos eran chiquitos, yo los llevaba a la tienda a comprar regalos para mí, su papá y sus hermanitos. Y aunque ellos escogían el regalo, era yo quien pagaba por ellos. El recuerdo de sus tiernas manitas entregándome sus regalos me hizo entender que – en verdad – todo proviene de Dios.
Hasta la música navideña.
Es mi deseo que esta Navidad tú puedas descubrir – tal como yo – que Dios es el Creador y el Dador de todo buen regalo. Y es mi oración que Él colme tu corazón de alegría, tu mente de paz, y que te conceda los deseos de tu corazón.
¡Feliz Navidad!
Ana
Monday, December 20, 2010
Sunday, December 12, 2010
Mi Ofrenda de Amor
Mateo 2:11, Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra. (NVI)
¿Qué piensas ofrecerle al Señor esta Navidad?
Cuando yo era niña, uno de mis programas navideños favoritos de TV era “El Niño del Tambor”. Ésta es la triste, pero tierna historia de un huérfano que se une a los Reyes Magos mientras éstos siguen la Estrella de Belén.
La estrella dirige su camino hasta un humilde pesebre, donde la caravana encuentra a Jesús recién nacido, con sus padres María y José. El joven huérfano pronto se da cuenta de que este bebé es un ser extraordinario y se maravilla al ver los regalos que los Magos han traído consigo: oro, incienso y mirra.
El niño del tambor quisiera también dar un regalo a Jesús, pero él es pobre. Su corazón se llena de tristeza al pensar que no tiene nada que ofrecer.
Pero cuando Jesús empieza a llorar, el huérfano desea hacer algo por calmarlo. De pronto, se le ocurre una idea: “¿Puedo tocar mi tambor para Jesús?” el niño le pregunta a María. Ella le dice que sí, y él empieza a tocar. Esta dulce ofrenda de amor transforma el llanto del Niño Dios en una sonrisa.
¿Hay veces en las que te sientes como el niño del tambor, pobre y quebrantado, sin nada bueno que ofrecer? Quizás tú comparas tus talentos con los talentos de otras personas, y crees que tu aporte jamás será suficiente.
Esta Navidad te animo a dar un paso de fe y a que traigas tu ofrenda al pesebre:
• Tu servicio
• Tu adoración
• Tu corazón
No importa cuán humilde o sencilla sea tu ofrenda, a los ojos de Dios será tan preciosa como oro, incienso y mirra. Y como la del niño del tambor, tu dádiva pondrá una sonrisa en el dulce rostro del Niño Dios.
Que el Señor colme tu corazón de alegría, esta Navidad, y que el próximo año te conceda muchísimas oportunidades para presentarle tu ofrenda de amor.
¡Feliz Navidad!
Ana
¿Qué piensas ofrecerle al Señor esta Navidad?
Cuando yo era niña, uno de mis programas navideños favoritos de TV era “El Niño del Tambor”. Ésta es la triste, pero tierna historia de un huérfano que se une a los Reyes Magos mientras éstos siguen la Estrella de Belén.
La estrella dirige su camino hasta un humilde pesebre, donde la caravana encuentra a Jesús recién nacido, con sus padres María y José. El joven huérfano pronto se da cuenta de que este bebé es un ser extraordinario y se maravilla al ver los regalos que los Magos han traído consigo: oro, incienso y mirra.
El niño del tambor quisiera también dar un regalo a Jesús, pero él es pobre. Su corazón se llena de tristeza al pensar que no tiene nada que ofrecer.
Pero cuando Jesús empieza a llorar, el huérfano desea hacer algo por calmarlo. De pronto, se le ocurre una idea: “¿Puedo tocar mi tambor para Jesús?” el niño le pregunta a María. Ella le dice que sí, y él empieza a tocar. Esta dulce ofrenda de amor transforma el llanto del Niño Dios en una sonrisa.
¿Hay veces en las que te sientes como el niño del tambor, pobre y quebrantado, sin nada bueno que ofrecer? Quizás tú comparas tus talentos con los talentos de otras personas, y crees que tu aporte jamás será suficiente.
Esta Navidad te animo a dar un paso de fe y a que traigas tu ofrenda al pesebre:
• Tu servicio
• Tu adoración
• Tu corazón
No importa cuán humilde o sencilla sea tu ofrenda, a los ojos de Dios será tan preciosa como oro, incienso y mirra. Y como la del niño del tambor, tu dádiva pondrá una sonrisa en el dulce rostro del Niño Dios.
Que el Señor colme tu corazón de alegría, esta Navidad, y que el próximo año te conceda muchísimas oportunidades para presentarle tu ofrenda de amor.
¡Feliz Navidad!
Ana
Labels:
adoracion,
dones,
ofrenda de amor,
regalos,
servicio
Tuesday, August 10, 2010
Errores de la Vida
¿De qué te lamentas más?
Yo de mucho. Tiempo perdido, dinero malgastado, malas decisiones, oportunidades que no he aprovechado – errores que por ingenua, arrebatada o ignorante he cometido y parezco no poder dejar de cometer.
Hace un par de meses, mi querida mamá vino a visitarnos unos días para la graduación de mi hija mayor. (Yo vivo en Arizona con mi esposo y mis hijos, y el resto de mi familia vive en Guatemala.)
¡Qué rico es tener a la Rosita con nosotros! Cuando viene a visitarnos, ella lava, plancha, hace oficio, “choferea” a mis hijos y cocina... Y ¡vaya si cocina! Y a cambio de los servicios prestados – pues habrá amor de madre pero nada es gratis en la vida – Doña Rosa solicita las obligatorias saliditas de compras, a Ross, JC Penney’s, y – su pasatiempo favorito – a los garage sales.
Las visitas de mi mami son siempre una alegría y un respiro para mí. De veras que sí. Pero lo más sabroso, quizás, son nuestras pláticas matutinas con café y champurradas (unas deliciosas galletas guatemaltecas). Qué bien me cae conversar largo y tendido – y hasta en español – con alguien en quien puedo confiar y en quien puedo desahogarme, “sin pelos en la lengua”, como dicen en mi tierra.
Pero una cosa es desahogarse y otra es lamentarse.
Es algo que descubrí – con un cachito de vergüenza – en su última visita. Mis “desahogos” se tornaban más y más en puras quejas y lamentos: Ay, que si me hicieran más caso mis hijos. Ay, que si mi esposo fuera más romántico. Ay, que si tuviera más tiempo para sacar mis traducciones. Ay, esto. Ay, lo otro.
Pobre yo.
Al fin, una de esas mañanas, entre traguitos de café, quejidos y suspiros, noté una chispita en los ojos de mi madre. La famosa chispita que no dice nada y que dice mucho a la vez. Ya que ella me conoce, sabe que llevarle la contraria a gente como yo generalmente no da muy buenos resultados.
Pero algo vi en sus ojos, pues – como el sordo que escucha por primera vez – logré prestar atención a las palabras que salían de mi boca. ¡Puras quejas!
Y de pronto me di cuenta de que entre los peores errores que he cometido en la vida está haber perdido tanto tiempo y energía quejándome, en lugar de enfocarme en todo lo bueno y lo bello a mi alrededor, en las muchas bendiciones de Dios: Hijos buenos y sanos. Un esposo trabajador que me ama y me aprecia. El amor incondicional de Dios. Familia y amigos. El hecho que tengo trabajo, cuando tantos están desempleados... La lista no termina.
Bien dijo el Sabio que “en la lengua hay poder de vida y muerte”. (Proverbios 18:21)
¡Gracias, Dios, por permitirme escucharme a mí misma! Por revelar mis errores y por darme la oportunidad de enmendarlos. Gracias dejarme escoger entre quejas y agradecimiento, descontento y satisfacción, lamento y alegría, vida y muerte.
Y por una madre amorosa, con chispitas en los ojos que revelan tanto...
Yo de mucho. Tiempo perdido, dinero malgastado, malas decisiones, oportunidades que no he aprovechado – errores que por ingenua, arrebatada o ignorante he cometido y parezco no poder dejar de cometer.
Hace un par de meses, mi querida mamá vino a visitarnos unos días para la graduación de mi hija mayor. (Yo vivo en Arizona con mi esposo y mis hijos, y el resto de mi familia vive en Guatemala.)
¡Qué rico es tener a la Rosita con nosotros! Cuando viene a visitarnos, ella lava, plancha, hace oficio, “choferea” a mis hijos y cocina... Y ¡vaya si cocina! Y a cambio de los servicios prestados – pues habrá amor de madre pero nada es gratis en la vida – Doña Rosa solicita las obligatorias saliditas de compras, a Ross, JC Penney’s, y – su pasatiempo favorito – a los garage sales.
Las visitas de mi mami son siempre una alegría y un respiro para mí. De veras que sí. Pero lo más sabroso, quizás, son nuestras pláticas matutinas con café y champurradas (unas deliciosas galletas guatemaltecas). Qué bien me cae conversar largo y tendido – y hasta en español – con alguien en quien puedo confiar y en quien puedo desahogarme, “sin pelos en la lengua”, como dicen en mi tierra.
Pero una cosa es desahogarse y otra es lamentarse.
Es algo que descubrí – con un cachito de vergüenza – en su última visita. Mis “desahogos” se tornaban más y más en puras quejas y lamentos: Ay, que si me hicieran más caso mis hijos. Ay, que si mi esposo fuera más romántico. Ay, que si tuviera más tiempo para sacar mis traducciones. Ay, esto. Ay, lo otro.
Pobre yo.
Al fin, una de esas mañanas, entre traguitos de café, quejidos y suspiros, noté una chispita en los ojos de mi madre. La famosa chispita que no dice nada y que dice mucho a la vez. Ya que ella me conoce, sabe que llevarle la contraria a gente como yo generalmente no da muy buenos resultados.
Pero algo vi en sus ojos, pues – como el sordo que escucha por primera vez – logré prestar atención a las palabras que salían de mi boca. ¡Puras quejas!
Y de pronto me di cuenta de que entre los peores errores que he cometido en la vida está haber perdido tanto tiempo y energía quejándome, en lugar de enfocarme en todo lo bueno y lo bello a mi alrededor, en las muchas bendiciones de Dios: Hijos buenos y sanos. Un esposo trabajador que me ama y me aprecia. El amor incondicional de Dios. Familia y amigos. El hecho que tengo trabajo, cuando tantos están desempleados... La lista no termina.
Bien dijo el Sabio que “en la lengua hay poder de vida y muerte”. (Proverbios 18:21)
¡Gracias, Dios, por permitirme escucharme a mí misma! Por revelar mis errores y por darme la oportunidad de enmendarlos. Gracias dejarme escoger entre quejas y agradecimiento, descontento y satisfacción, lamento y alegría, vida y muerte.
Y por una madre amorosa, con chispitas en los ojos que revelan tanto...
Tuesday, May 4, 2010
En el Anonimato
¿Sabes cómo se llamaba la madre de Moisés?
Cuando escuché esta pregunta por primera vez hace tan sólo unos días, tuve que pensarlo. A ver, a ver... Miriam era la hermana de Moisés y Aarón, el sacerdote, su hermano mayor...
Me di por vencida. A pesar de haber leído tantas veces la tierna historia de cómo esta mujer luchó por salvar la vida de su bebé y de cómo su hermana – con la astucia característica de las hermanas que se creen “las mamás” de sus hermanitos – logró que Moisés regresara a vivir con ellos durante los primeros meses de su vida, la verdad, no pude recordar el nombre de su famosa madre.
¿Quién no conoce la historia de Moisés, el bebé cuya madre desafió el terrible mandato faraónico que ordenaba que los bebés hebreos debían tirarse en las aguas del río?
Dice la Biblia que por fe su madre “lo escondió durante tres meses, porque lo vio un niño hermoso” (Hebreos 11:23, NVI). También cuenta la Palabra que “cuando ya no pudo seguir ocultándolo, preparó una cesta de papiro, la embadurnó con brea y asfalto y, poniendo en ella al niño, fue a dejar la cesta entre los juncos que había a la orilla del Nilo.” (Éxodo 2:3, NVI)
La valentía de esta mujer es increíble. Al desobedecer a Faraón, ella puso en peligro – no sólo su vida sino también la de toda su familia. Mi corazón de madre late con locura al imaginar el momento desesperante en que ella envolvió a su bebé con su cobija favorita, delicadamente lo colocó dentro de la cesta, y luego de besarlo por última vez dio un ligero pero firme empujón a la diminuta balsa.
A Dios gracias, no todas tenemos que enfrentar momentos tan desgarradores como éste. Pero con las fuerzas y valentía que la mayoría reconocemos proceden de lo alto, las madres vemos algo en nuestros hijos que nos impulsan a dar pasos de fe y amor que nunca antes imaginamos haber podido dar.
Las madres están dispuestas a sacrificar su figura, salud, los mejores años de sus vidas, su energía, sueño ininterrumpido, tranquilidad, anhelos, promociones, oportunidades, comidas calientes, ciertas amistades, vida social (a menos que así llamen a las piñatas y encuentros en McDonald’s con otras madres), orden, nitidez y muebles bonitos, su sentido de la moda y a veces del humor, su identidad, su nombre, remuneración, aprecio y reconocimiento.
Pocas son las madres famosas. Y más pocas aún las madres de famosos cuyos nombres salen a relucir.
Durante la presentación televisada aquí en Estados Unidos de las olimpiadas de invierno, figuraron una ola de conmovedores anuncios en que se honraba a las madres de los atletas en general. En ellos se reconocía la labor y sacrificios de estas madres como parte clave de los logros de estos deportistas.
¡Qué acertado mensaje! Nuestra labor como madres generalmente acontece en el anonimato y nuestro triunfo como tales, es el éxito de nuestros hijos. Nuestra satisfacción consiste en sus logros. Cuando sus nombres brillan, nuestro corazón – y no necesariamente nuestro nombre – resplandece.
Esta semana deseo RECONOCER a todas las madres que han sucumbido felizmente al anonimato. Gracias, madre, por tu sacrificio, tu ternura, tu osadía, tu fe, tu determinación, tu cariño y tu amor. Gracias por no darte por vencida y por no abandonar al fruto de tu vientre, porque le viste hermoso y creíste en la promesa de Dios para esa vida.
¡Ay, y por poco y se me olvida! ¿Sabes cómo se llamaba la mamá de Moisés? Jocabed. ¿Lo sabías? Yo no, pero creo que a ella no le importaría.
Siempre y cuando recordáramos que su hijo llegó a ser el líder más famoso de Israel.
¡Feliz Día de las Madres!
Especialmente dedicado a mis queridas y guapas anónimas: Mi mami, Rosita de Ortega y a mi abuelita, Doña Kathy de Ortega. Y la siempre guapa, pero famosa por haber dado luz a tres angelitos (¡pero en un solo parto!) mi querida prima Mariane de Román.
Cuando escuché esta pregunta por primera vez hace tan sólo unos días, tuve que pensarlo. A ver, a ver... Miriam era la hermana de Moisés y Aarón, el sacerdote, su hermano mayor...
Me di por vencida. A pesar de haber leído tantas veces la tierna historia de cómo esta mujer luchó por salvar la vida de su bebé y de cómo su hermana – con la astucia característica de las hermanas que se creen “las mamás” de sus hermanitos – logró que Moisés regresara a vivir con ellos durante los primeros meses de su vida, la verdad, no pude recordar el nombre de su famosa madre.
¿Quién no conoce la historia de Moisés, el bebé cuya madre desafió el terrible mandato faraónico que ordenaba que los bebés hebreos debían tirarse en las aguas del río?
Dice la Biblia que por fe su madre “lo escondió durante tres meses, porque lo vio un niño hermoso” (Hebreos 11:23, NVI). También cuenta la Palabra que “cuando ya no pudo seguir ocultándolo, preparó una cesta de papiro, la embadurnó con brea y asfalto y, poniendo en ella al niño, fue a dejar la cesta entre los juncos que había a la orilla del Nilo.” (Éxodo 2:3, NVI)
La valentía de esta mujer es increíble. Al desobedecer a Faraón, ella puso en peligro – no sólo su vida sino también la de toda su familia. Mi corazón de madre late con locura al imaginar el momento desesperante en que ella envolvió a su bebé con su cobija favorita, delicadamente lo colocó dentro de la cesta, y luego de besarlo por última vez dio un ligero pero firme empujón a la diminuta balsa.
A Dios gracias, no todas tenemos que enfrentar momentos tan desgarradores como éste. Pero con las fuerzas y valentía que la mayoría reconocemos proceden de lo alto, las madres vemos algo en nuestros hijos que nos impulsan a dar pasos de fe y amor que nunca antes imaginamos haber podido dar.
Las madres están dispuestas a sacrificar su figura, salud, los mejores años de sus vidas, su energía, sueño ininterrumpido, tranquilidad, anhelos, promociones, oportunidades, comidas calientes, ciertas amistades, vida social (a menos que así llamen a las piñatas y encuentros en McDonald’s con otras madres), orden, nitidez y muebles bonitos, su sentido de la moda y a veces del humor, su identidad, su nombre, remuneración, aprecio y reconocimiento.
Pocas son las madres famosas. Y más pocas aún las madres de famosos cuyos nombres salen a relucir.
Durante la presentación televisada aquí en Estados Unidos de las olimpiadas de invierno, figuraron una ola de conmovedores anuncios en que se honraba a las madres de los atletas en general. En ellos se reconocía la labor y sacrificios de estas madres como parte clave de los logros de estos deportistas.
¡Qué acertado mensaje! Nuestra labor como madres generalmente acontece en el anonimato y nuestro triunfo como tales, es el éxito de nuestros hijos. Nuestra satisfacción consiste en sus logros. Cuando sus nombres brillan, nuestro corazón – y no necesariamente nuestro nombre – resplandece.
Esta semana deseo RECONOCER a todas las madres que han sucumbido felizmente al anonimato. Gracias, madre, por tu sacrificio, tu ternura, tu osadía, tu fe, tu determinación, tu cariño y tu amor. Gracias por no darte por vencida y por no abandonar al fruto de tu vientre, porque le viste hermoso y creíste en la promesa de Dios para esa vida.
¡Ay, y por poco y se me olvida! ¿Sabes cómo se llamaba la mamá de Moisés? Jocabed. ¿Lo sabías? Yo no, pero creo que a ella no le importaría.
Siempre y cuando recordáramos que su hijo llegó a ser el líder más famoso de Israel.
¡Feliz Día de las Madres!
Especialmente dedicado a mis queridas y guapas anónimas: Mi mami, Rosita de Ortega y a mi abuelita, Doña Kathy de Ortega. Y la siempre guapa, pero famosa por haber dado luz a tres angelitos (¡pero en un solo parto!) mi querida prima Mariane de Román.
Subscribe to:
Posts (Atom)